jueves, 19 de abril de 2007

Después de la penitencia..., ser hijos para ser padres

¡Cómo pasan los segundos, los minutos, las horas, los días...! Como dice una gran canción "El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos. el amor no lo refleja como ayer. En cada conversación, cada beso, cada abrazo ..." Tranquilidad, hoy no voy a hablar de la edad, ni del tiempo, ni del amor (¿o quizás sí?, esto último no lo tengo claro). Toda esta retahíla de palabras para decir que, después de una larga penitencia de Semana Santa, vuelvo a aparecer por este espacio que me hace vuestro cómplice.

Aquí sigo, con mis idas y venidas de cabeza, de corazón, de manos y de pies, de riqueza y pobreza, de salud y de enfermedad, de bondad y de maldad...; voy a echar el freno, no estoy tampoco hablando de anatomía ni de matrimonio. Entonces ¡qué!, ¿me decido o no me decido a escribir sobre lo que quiero hablar? (hablar para escribir y escribir para hablar; en fin, para transmitir).

Un día descubrí este cuadro pintado por Fernando Botero; representa una familia a la que yo admiro, además de mirar, con cierta curiosidad. Os invito a recorrer su totalidad y descubrir cada uno de los pequeños detalles que describen con certeza y color a cada miembro de este curioso clan.

Cada familia es diferente, cada persona que la forma también es diferente, pero el rol o papel que tiene que representar cada uno..., eso ya no, eso no es tan diferente. Por si no he sido muy claro, dentro de mi "laberíntica" forma de escribir (palabra que me describe y que acabo de adoptar), he comenzado a hablar de lo que quería hablar y no del cuadro del ingenioso Botero. No me refiero a la forma en que cada uno representa su papel; en el mundo de la farándula, del teatro, etc., hay mil y una maneras de interpretar los papeles, y también en la vida, claro.

Una amiga psicóloga me hablaba el otro día de una imagen que ilustra, por ejemplo, alguno de estos papeles. Hacía una semejanza, desde su punto de vista profesional, de la hembra-madre humana y la hembra-madre cocodrilo (¿o se dice cocodrila?). La hembra-madre cocodrila (a partir de ahora, cocodrila... es más sencillo) transporta y protege a sus crías entre sus mandíbulas, y todos sabemos lo peligroso que esto puede ser. La hembra-madre humana también transporta y sobre todo, protege a sus crías entre sus mandíbulas figuradas o quizás, como ocurre en otras especies, dentro de sí misma (como las canguras; aquí ya he disipado mis dudas de denominación, es más simple).

El papel del hombre-padre humano es hacer de tronco (de ahí la frase, ¿qué pasa tronco?) o de barra entre las mandíbulas de la cocodrila, para evitar de esta manera que en un descuido la madre las cierre y atrape, aplaste o no deje salir a la cría. Algunas veces ocurre que el tronco no está o no ha estado nunca y entonces la cocodrila, que como es lógico también nota el cansancio del esfuerzo por mantener el espacio suficiente para que la cría no sea aplastada pero tampoco huya, cierra demasiado las mandíbulas y sin ser consciente, hiere a la cría o la atrapa obsesivamente. Otras veces, es la propia cocodrila la que destroza la barra que le impide sujetar a la cría y así evitar que se adentre sola en las aguas peligrosas por las que se mueve, sin darse cuenta que los cocodrilos son unos animales casi invencibles y tienen que salir a darse un garbeo para hacerse mayores y saber defenderse.

Hay otro escenario, para la gran obra de la vida familiar, que no tiene que ver con los animales; estoy hablando de las grandes obras de caballeros, donde aparecen los príncipes azules, las princesas de grandes trenzas, etc. En este escenario podemos hablar de los grandes relatos de caballería donde las grandes y bonitas damas son salvadas por sus caballeros. En este caso, el hijo varón puede ser el gran adalid en la defensa de su dama, la madre. No quiere que su madre sea herida en más ocasiones y la defenderá en todos aquellos momentos que la vea amenazada. El peligro para el hijo-caballero, el dragón que le amenaza es que se vea indispensable para que su dama siga siendo protegida, en este caso tendrá grandes miedos e incluso grandes contradicciones a la hora de abandonar a su dama para emprender nuevas aventuras en la vida, quizás en busca de alguna princesa joven y de largas trenzas. En esta leyenda, el hombre-padre abandonó el castillo y a su dama, en largas y difíciles cruzadas, a la vez que su hijo-caballero no tuvo un maestro que le adiestrara en la difícil aventura de la vida.

Comenzaba hoy hablando del paso de los segundos, los minutos, las horas...; también decía que nos vamos poniendo viejos y que no sabía si iba a hablar del amor, ahora sé que sí. Estoy hablando del amor y también va pasando el tiempo, y resulta que soy incapaz de terminar todo lo que estoy contando porque me gustaría decir muchas cosas más y que el relato acabara bien. Esto que estoy contando, en el fondo, no va de cocodrilos o de caballeros y princesas, va de amor; va del amor de los padres y madres por sus hijos e hijas, va de cómo evitar hacer daño cuando hay que romper lazos y cuando hay que romper cordones umbilicales. Los lazos y cordones umbilicales que hay que romper, no son lazos que quiebran lo esencial, el amor paterno-filial, son lazos y cordones umbilicales que se tienen que ir deshaciendo poco a poco y que ayuden a que las crías de las hembras-madres cocodrilas y los príncipes que protegen a sus damas, sean capaces de descubrir la vida, a veces ingrata y dura, la aventura alucinante del día a día y sobretodo, sean capaces de vivir y disfrutar por sí solos todo lo bueno que les espera. En un futuro, esos hijos serán padres y los escenarios, aunque cambien, tendrán actores y actrices similares. Por cierto, los hombres-padres cocodrilo, las hembras-madres cocodrila y las damas que gozan la suerte de tener fieles caballeros, han de recordar que en otros tiempos también fueron hijos.

Os prometo, para otra ocasión, ser más ameno y menos extenso. Besicos y disfrutad.

jueves, 12 de abril de 2007

De Semana Santa y otras penitencias

Han pasado ya algunos días desde que volqué mis últimas "neuras" en esta página. En estos días han pasado muchas cosas y de paso (nunca mejor dicho), pasos con capirotes, tambores y bombos. La Semana Santa vino y se fue, con nubes, agua y muy poco sol; no es un trauma pasar unas vacaciones así, pasadas por agua, ya que tiene ciertas ventajas (para algunos) y muchas desventajas (para la mayoría). Yo me encuentro entre la minoría que disfrutó de las desventajas de una Semana Santa pasada por agua (entonces, ¿pertenezco a la mayoría o a la minoría?); yo no iba a ir a la playa, ni a la montaña, y mi objetivo era pasar unos días tranquilos y conseguir ver el río Ebro desbordándose e inundando todo (huertos, garajes, instalaciones y... la Expo).

Declarando mi mayor respeto por aquellas personas que querían vivir esta Semana en penitencia y devoción (en otros tiempos yo lo hice), alguna de las ventajas que sufrimos los no penitentes fue el no tener que ir esquivando continuamente las largas hileras de capirotes, pasos y "manolas" (la lluvia anuló muchas procesiones), que semejando un laberinto te van cortando el paso, siempre casualmente, de aquellos lugares por los que quieres cruzar. Un fenómeno añadido es el de las multitudes enfervorizadas que, cuales "hooligans" futboleros, se emocionan de tal manera que forman barreras infranqueables acompañando o simplemente observando como pasan sus figuras idolatradas.

Hay dos imágenes de esta Semana Santa que han quedado grabadas en mis retinas (por cierto, ¿se dice mi retina o mis retinas?; quizás, como dice una compañera, igual la frase la acuñó un tuerto). La primera de las imágenes, ese laberinto que comento de las procesiones piadosas; la segunda, un pato flotando en medio de una gran riada.

Voy a revivir la primera imagen. ¿Os acordáis de aquel juego del "comecocos"?, podéis recordarlo con la primera foto que he puesto en esta entrada. Esa era mi impresión el día que salí a pasear por primera vez, después de que parara la lluvia que nos acompañó alternativamente. Yo metido en un juego de "comecocos"; bajaba por una calle y me encontraba una procesión, seguía y giraba por otra... y allí estaban, capirotes y pasos desfilando (con sus hooligans, cada uno de su equipo o en este caso, de su paso). En ese momento me hubiera gustado pasar por ese punto que en el juego, tras huir de los encapuchados que te querían comer, te daba el poder para pasar a ser tú el que te comías a los encapuchados. Así me hubiera abierto paso para continuar mi paseo tranquilo hacia la orilla del río.

La segunda imagen de la que os quiero hablar, refiriéndome a mi vivencia de la Semana Santa, es la del pato flotante o flotando (no el de la foto, mi pato estaba más "apurado"). El Ebro estaba crecido y algunos patos, que habitualmente campan por sus dominios en la ribera del río, nadaban contra corriente o intentaban ponerse a buen recaudo en algunos árboles que sobresalían de las aguas. Pero ahí estaba el pato "patoso", siempre hay alguno, en medio de la corriente, sobre una rama que había sido arrancada, arrastrado por la fuerza del agua. No sé qué pasó con el pato, ni con la rama; me imagino que llegaría a tocar la orilla en algún sitio, aunque no cerca de donde yo estaba (la adecuación de riberas para que estén bonitas no dejan mucho espacio a las orillas y sí a los muros de piedra o cemento)

Estas dos imágenes resumen mi actividad en esta Semana Santa, aunque he de reconocer que he vivido emociones y sentimientos que sin ser muy "piadosos" ni "espirituales", me han hecho vibrar en el mejor de los sentidos y en el peor. Disfrutar de la compañía de las personas que quiero y hacerlo con tranquilidad, ha sido de lo mejor que me ha pasado; sufrir, cabrearme y desmoralizarme como hooligan que yo también puedo ser, ha sido lo peor, incluso más que evitar a los "comecocos".

Pero así son las cosas, la Semana Santa llega y se va, las lluvias llegan y se van, los días llegan y también se van, pero los capirotes volverán, los patos sobrevivirán, las personas que quiero me recordarán y mientras yo aguante, a las penitencias que me toca padecer yo les digo que